Cuando hablamos de una Plataforma tenemos que hablar de hormiguitas. Existen los y las gigantes, sí. Pueden aplastarnos a unos cuantos de un solo pisotón. Pueden cortar 120 árboles con un sólo movimiento de dedo y una sola sonrisa de avaros y avaras sin escrúpulos, sí.
Pero hoy hablamos de hormiguitas; el trabajo de las hormiguitas, más específicamente. Funciona así, y es algo más que "trabajo."
Una activista que pertenece al grupo de Defensem el Castell pregunta por el grupo de wassap: "¿Qué precio tienen las chapas?". Otro miembro le responde "La voluntad, a partir de un Euro." Ella entonces añade "A quién le compramos?. Yo quiero una." Y después de que el compañero le aconseja que se ponga en contacto con varias personas, le dice: "Si sólo quieres una, yo tengo." "Sí, sólo una" responde ella. Y entonces él organiza la venta, dándole las coordinadas exactas: "Bar Oslo, enfrente del ayuntamiento. Mañana a las 11?"
Algo pueden, entonces, los gigantes y las gigantes. Pero infravaloran la capacidad de acción, de trabajo, de ilusión, y de imaginación de un pueblo unido por un bien común, contra una flagrante injusticia. No saben cómo se avanza cuando las que avanzan son unas multitudes persistentes, cargadas de razón.
Y, lo peor de todo para esos y esas gigantes, carentes de cualquier valor ético, su peor condena, es que nunca en su vida experimentarán el sentido de dignidad, solidaridad y alegría de las pequeñas hormiguitas. Ellos y ellas se ahogarán en sus propias execrables arcadas.
No está a su alcance (esto no lo compra el dinero) la felicidad de sentir en un pequeño gesto compartido, un día cualquiera, por sorpresa, que la vida tiene sentido porque nos reconocemos y compartimos el impulso humanitario de los demás.